El misterioso atractivo de la belleza imperfecta.

En la belleza imperfecta hay algo mágico que nos atrapa. En ocasiones, lo imperfecto nos obliga a embobarnos sin darnos cuenta de ello. Algo en apariencia simple y mundano nos atrapa y seduce misteriosamente.

Esto ocurre en cualquier parte. En los paisajes. También en los objetos. «La primera pregunta que tenemos derecho a formular será por qué hay algo más bien que nada», decía Leibniz.

Existen objetos que parecen desprender un aurea atractiva especial. Objetos que no los reconocemos perfectos. Pero su belleza de la imperfección y tal vez ese aspecto desgastado sean el atractivo para nuestros ojos.
Todos guardamos pequeños objetos de cerámica rota que nos es imposible deshacernos de ella. Igualmente, quien no duda constantemente al tener de deshacerse de algún objeto concreto. Un objeto que ha caminado con uno un trecho de la vida y que asociamos con experiencias que no queremos olvidar. A menudo, el misterioso encanto de estos anónimos objetos humildes radica en su belleza imperfecta.
Con acierto, sostenía Hölderlin que «allí donde crece el misterio crece también lo que salva«. Aquí se esconde una extraña y paradójica lección sobre el sentido de la belleza imperfecta. Ella puede ser la expresión del nihilismo, pero puede ser también el camino hacia su superación.
Cierto es que en ocasiones, deseamos compulsivamente adquirir hermosas cosas nuevas. Pero después, nos apegamos a aquellas cosas que a lo largo del tiempo han construido nuestra historia. Cosas que evocan nuestro pasado. Objetos en donde revisamos nuestra propia imperfección. Nuestros defectos y nuestras debilidades.
Estos objetos, sean nuestros o no, tienen cualidades visuales y táctiles absolutamente únicas. Todos nos hemos deleitado mirando y tocando algún esqueleto varado en el mar que el tiempo ha pulido y blanqueado.

La belleza imperfecta en la historia.

Pero el encanto por la belleza imperfecta es muy antiguo. En el Renacimiento, Botticelli y Mantegna por ejemplo, muestran una fuerte atracción por todo lo que pertenece a un pasado distante. Ambos artistas pusieron la vista en la espléndida decadencia de las ruinas clásicas. Caravaggio igualmente, puso su atención también en las pequeñas cosas que muestran los signos del envejecimiento y la decrepitud.
Pero el momento de gloria por la belleza de la imperfección va entre el neoclasicismo y el romanticismo. Algunos artistas como Giovanni Battista Piranesi, dedicaron toda su obra al tema en concreto.
Será finalmente el escritor y crítico del arte británico John Ruskin quién de el espaldarazo teórico por resurgimiento gótico. El maestro esteta teoriza sobre el culto a las ruinas románticas.
Sus dos obras cumbres, “La siete lamparas de la arquitectura” y “Las piedras de Venecia” son el Santo Santorum de artistas. Inspirado en las ruinas clásicas de Italia, Ruskin desarrolla sus ideas estéticas y establece siete leyes básicas que todo artistas debe de obedecer en el momento de la creación. Estas son: Sacrificio, Verdad Poder, Belleza, Vida, Memoria y Obediencia.
John Ruskin no hacía más que plasmar teóricamente lo que ya en la práctica había realizado Caravaggio en su famosa obra “Cesto con frutas”.
En este cuadro, la perfección aparente de la composición esconde un carácter realista en descomposición. Un sentido de belleza imperfecta que plasma el desvanecimiento y la transitoriedad de las cosas terrenas. La manzana está podrida. Las uvas se van a pudrid. Las hojas de vid ya están pochas.

Belleza imperfecta en el arte contemporáneo. 

Otros dos artistas italianos contemporáneos, Gabriele Basilico y Alberto Burri, también se interesaron por la belleza de la imperfección. Ambos fueron a la caza de estos lugares. Casas viejas con habitaciones cochambrosas. Escaleras empinadas y tortuosas. Restos de quemaduras provocadas por braseros de carbón. Rastrojos ardiendo que parecen altos hornos. 
Otros artistas italianos que se han sentido atraídos por el misterio de la imperfección han sido Massagrande, Belloto o Canaletto.
Artistas que en su búsqueda de la belleza de la imperfección van a la caza de esos lugares. Fieles reflejos de atmósferas decadentes y melancólicas. Vanitas modernas seculares. Edificios abandonados que nos recuerdan la pérdida de nuestro pasado. También, un mundo que continuamente consume recuerdos y abandona valores.

El caso especial de Burri y «Grande Cretto».

En el caso concreto de Alberto Burri, la belleza de la imperfección es llevada a la enésima potencia en su obra “Grande Cretto”.Realizado entre 1985 y 1989, el proyecto de “Grande Cretto” consistió en cubrir de cemento blanco un barrio de la ciudad de Gibellina. Esta ciudad de Palermo fue destruida en el terremoto de Belice (Sicilia) en 1968 y abandonada por sus habitantes.

Los restos del hormigón blanco se filtran entre las grietas de la tierra y convierten el perímetro fijado como en una gran lápida que recuerda las antiguas calles de una ciudad borrada del mapa por la violencia de la naturaleza.

En esta obra de Burri, la belleza de la imperfección excede sus propios límites y se convierte en un ejemplo monumental de Land art (Arte de la Tierra). Burri quiere demostrar que hay belleza en todo.

Arte en Todo

En resumen, un botellero, un viejo asiento de autobús, una mancuerna o un grupo de perchas poseen un potencial estético propio. Incluso una vieja ciudad abandonada y desolada por la destrucción puede sacar a la luz historias que contar si una mirada ávida lo saber ver. Sólo hace falta mirar con los propios ojos teniendo en cuenta que deben de ser los ojos de la creatividad. 

Los artistas de principios del siglo XX llamaban a esto, «Objet Trouv黝. Objetos que se encuentran por casualidad. Residuos, restos de chatarra de la historia que hacen que resuene algo dentro de nosotros. Le Corbusier definía estos objetos como relación de objetos poéticos. Huesos, conchas, piedras o piezas mecánicas. Todos ellos potenciales estéticos e imaginativos.

La vida, está llena de arte por todas partes. Arte que nos cautiva, que nos seduce y que nos hace pensar. Reflexionar sobre aquellos temas que nos preocupa. Sobre el pasado e igualmente sobre el futuro. Sobre nuestro destino, o sobre nosotros mismos en la trayectoria vital de cada uno. Y en cualquier caso, sobre el concepto de belleza imperfecta, lo importante es descubrir que el arte no sólo está en los museos.

El arte, la belleza y el tiempo.

El arte puede estar en cualquier lugar. El filósofo y poeta Ernst Bloch solía decir que donde veía él mas belleza era en el rostro de un niño. En el atracar de un barco o en un atardecer. Igualmente la música está llena de belleza. Bach y tantos otros son muestra evidente de ello. Aquel que no lo vea se pierde una parte importante de la vida. Decía una canción de Víctor Manuel y Ana Belén que «siempre hay tiempo para la ternura». 

Y la ternura, bien lo sabemos todos, es la más alta forma de belleza. La perfecta y la imperfecta. La ternura en si misma es belleza. Kant establecía tres estadios para la belleza: lo bonito, lo bello y lo sublime. Sin duda, la ternura está en este último estadio. No sólo en sí misma la ternura es la más alta forma de belleza, sino que además, el ser tierno con el otro, con nuestro interlocutor, es la belleza más sublime.

Pues bien, por último, habría que recordar las palabras del antropólogo Franz Boas. Visitando una tribu indígena de África, el jefe de la tribu le increpó: «Que raros sois los civilizados. Queréis controlar el tiempo con vuestros relojes pero luego no tenéis tiempo de nada». Posiblemente fueran menos civilizados, sí, pero seguro sabían disfrutar más de la vida. De la vida propia y la propia en la comunidad. Tiempo, tiempo para todo, sí. Pero que no se olvide el tiempo para lo más importante. El tiempo para el encuentro. Con uno mismo y con el otro. Tiempo y belleza deben ser equiparables. 

Posiblemente, en todos los artistas y obras de arte mencionados con anterioridad, se esconden diversos tipos de belleza que si nos detenemos a sentirlas nos proporcionarán datos para disfrutar de ellas y de nosotros mismos.